Monday, 26 November 2012

De bicicletas

Pues sabrán que venimos de Monterrey, una ciudad industrial al norte de México, con una fuerte influencia de Texas. Un lugar con cerca de 5 millones de habitantes y un pésimo servicio de transporte público. Nuestra vida transcurria en el carro, ahí desayunábamos, ahí platicábamos de cómo nos había ido en el día, a veces yo ahí comía mientras manejaba para llegar de una clase a otra. Las distancias son largas y los tiempos de traslados se duplican por las malas vialidades, confieso que nada de eso se extraña viviendo en York. No puedo ni es mi intención comprar ciudades, no me gusta sonar como la gente que de repente sale de su rancho y ya lo ve como lo peor en el mundo o como la tierra prometida, digamos que es diferente y punto. La ciudad en donde vivimos ahora es un lugar relativamente pequeño, según Wikipedia no llega a 200 mil habitantes, y las distancias no representan gran problema cuando se trata de ir a la escuela o a la tiendita de la esquina, pero para una citadina como yo, pedirle que de la noche a la mañana se monte a una bicicleta y pedalé 16 kilómetros para ir y venir al supermercado y cargar el mandado de toda la semana, ¡es pedir demasiado! Yo hablo por mi, claro, porque la historia de mi marido es otra. Desde antes de salir de México Ru había intentado ir al trabajo en bicicleta, pero le resultó un acto casi suicida, con tanto conductor acelerado y por la falta de infraestructura. Su pasión se alimentaba en las horas que pasaba viendo una página llamada Copenhagenize y a diario me platicaba entusiasmado sobre la cultura de ir a todas partes en bici y no tener que depender de un auto y de la libertad de andar por todas partes y sentir el viento y el moverte con tu propio impulso y yo pensaba en mis adentros, ah que bonito es mi Honda Civic. Bien, con ese panorama no les extrañará que el proceso para acostumbrarme a andar en bicicleta fue lento, con mucha resistencia mental, me decía a mi misma que no lo iba a lograr y Ru me decia todo lo contrario. Como no le funcionaba bien su técnica le dio por decir que los que usaban el shuttle bus de la Universidad (que por cierto es gratuito) eran flojos, porque las distancias no lo ameritaban. Obvio, te digo Juan para que entiendas Pedro, ¿floja yo?... me reventaba que dijera eso. Ya pues, aquí queda la confesión de que yo no quería andar en bicicleta en un principio y mi madre me decía "busca un carro y te ayudamos a pagarlo" y en mi mente pensaba que eso iba a suceder; sin embargo, un día de tantos me cansé de resistirlo, decidí que me iba a trepar a la bici y le iba a dar la oportunidad. Me dolían las rodillas y las piernas, me cansaba, a mitad de camino y me detenia, en ocasiones perdía un poco el equilibrio, sobre todo si traía a uno de los niños montado en la sillita y pensaba que en algún momento iba a aterrizar, pero fue a base de simplemente hacerlo que le comencé a tomar gusto a la rila. Ru, tan entusiasta, me echaba más piropos que de costumbre cuando me veia en la bici, hasta sentía que un día de tantos me iba a tumbar y me iba a abordar como adolescente calenturiento. Aún no logro alcanzarlo en velocidad, cuando él va en su bici al frente voy como perrito sacando la lengua por el esfuerzo de ir a su ritmo y cuando yo voy delante él me hace bromas diciendo que voy más lenta que la abuelita de Batman. Aún no recorremos toda la ciudad, hay lugares a los que no hemos llegado porque no tenemos a qué ir y el clima no se ha prestado como para ir de paseo a explorar. Sé que hay pueblitos muy pintorescos en los alrededores, ya pronto planeamos llegar, quizá el próximo verano, porque ya con la experiencia de este año quedé curada de espanto, les cuento... Un día que nos animamos a darle y darle en las rilas, fuimos a parar a un camino que tenía una replica del sistema solar interesante y divertido. Seguimos derecho, pasamos Júpiter y ahí el camino conecta con la ciclo vía que lleva a Selby, un pueblo que queda a 15 minutos en tren, pero que a nosotros nos llevaría toda la mañana para llegar pedaleando. Como vimos que quedaba muy lejos, decidimos regresar y seguir explorando en dirección contraria y en ese inter nos tocó de todo: viento muy fuerte, lluvia que nos pescó sin impermeables y granizo que al golpear la cara de los niños los hacía gritar "auch, auch, me duele". Fue bizarro y en su momento le menté la madre al de la idea de andar en bici, pero ahora lo recuerdo y me parece gracioso y divertido. Ru me sigue "educando" a regañadientas, constantemente me hace observaciones de lo que hice y no hice y que debo aplicar las señalizaciones de manera correcta cuando voy a parar o a dar vuelta, me corrige el uso de las luces, ponerme bien el casco, uff... batalla más conmigo que con nuestros hijos y a veces, confieso, me fastidia, pero si no fuera por su insistencia, me estaría perdiendo de esta experiencia. Mañana es un día especial, las cosas van a cambiar un poco respecto a la movilidad de la familia, esperen que les cuente, les daré mi reseña a la brevedad... mi marido, el hombre más feliz del mundo, porque está a punto de recibir uno de sus mejores regalos de navidad.

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